Los nuevos mártires | Perfil


El 9 de enero de 2011 estaba en Monterrey, México, pasando la resaca extendida de las fiestas en casa de unos amigos cuando vi unas imágenes que me destrozaron. Se trataba de un incendio en el Centro Penitenciario de Tocumen, Panamá. La fecha no era un detalle menor: ese día conmemoramos el Día de los Mártires, recordando a los estudiantes que en 1964 murieron en manos de policías estadounidenses por atreverse a plantar banderas en la zona del Canal. De aquella indignación nacional se rompieron relaciones diplomáticas con Estados Unidos y se empezó a gestar el camino para los tratados Torrijos-Carter que le otorgarían el Canal a la administración panameña.
Cuarenta y siete años después, nuevos mártires surgían, pero esta vez eran reclusos: criminales encerrados que un sistema había decidido “limpiar”. Ese hecho abrió un debate plagado de versiones contradictorias y sin responsables. Desde entonces, comencé un proceso creativo que derivó en Implicados.
Partir de la realidad para crear una ficción es un riesgo, porque uno se pregunta cuánto se está cambiando, pero comprendí que de eso se trata, para poder situar al espectador en otro lugar y hacer preguntas más allá de ¿esto pasó o podría haber ocurrido? En ese terreno es donde la ficción gana, porque no solo expone los hechos sino que también los resignifica. Y a partir de allí, devienen muchas aristas que es donde el hecho real empieza a tener resonancias con otras realidades y culturas.
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Ese incendio se convirtió en detonante de preguntas universales: ¿qué nos permite ver sufrir a alguien sin intervenir, incluso disfrutar de su dolor? Quise escribir una historia con personajes que, de lejos, resultaran detestables, pero que, vistos de cerca, podían ser cualquiera de nosotros. Si esto está ocurriendo, como sociedad hemos fracasado.
Hoy el mundo está saturado de imágenes de guerras y catástrofes que consumimos con indiferencia selectiva. Me cuestiono constantemente: ¿qué hago frente a eso? ¿desde qué lugar me posiciono? El teatro me da la posibilidad de formular preguntas incómodas sobre el poder, que a fin de cuentas, es la raíz de la corrupción y la violencia social. Todos experimentamos el poder en algún grado, y esa experiencia nos modifica. La historia de Latinoamérica es un laberinto de espejos y se basa en esta obtención del poder; esa ha sido la fuerza que organiza todo.
Pienso en el “efecto Bukele”: millones de dólares invertidos en una cárcel para encerrar a las maras. ¿Problema resuelto? Esa burbuja tarde o temprano explotará. Esas personas tienen hijos que repetirán el ciclo porque nunca se trabajó en las raíces. Pero eso genera la ilusión de seguridad. Los gobiernos invierten más en castigo que en prevención porque necesitan el miedo para manipularnos. Con ese mecanismo se obtienen votos y los votos son dinero y el dinero es poder. Pero solemos ver el poder como algo ajeno, que solo ocurre en las altas esferas y no es así.
Durante años trabajé en cárceles haciendo teatro y comprobé cómo el crimen se organiza desde dentro, en complicidad con el Estado. Custodios y reclusos comparten un encierro similar, atravesados por violencias e injusticias. Esa fragilidad me hizo pensar que, en otras circunstancias, cualquiera de nosotros podría cometer actos atroces.
El reto de Implicados fue escribir una historia de personajes humanos, con ternura y contradicciones más allá de sus acciones. Eso ha permitido que la obra viaje, que resuene en diferentes contextos y que sea comprendida por otros públicos.
Ahora le toca a Buenos Aires. Es un desafío y un sueño a la vez: el teatro argentino es exigente, con un público analítico y crítico. El objetivo es interpelar al espectador más allá de ideologías, conmover y hacer reflexionar sobre esa delgada línea entre realidad y ficción. Implicados es un retrato crudo y sensible de problemáticas universales, donde la violencia, el poder y la indiferencia se entrelazan con nuestra responsabilidad colectiva.
*Autor y director de Implicados. La obra se presenta los viernes de noviembre a las 20.30, en El Extranjero Teatro.
Fuente: www.perfil.com



